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  • En Veces

Sueña que vuelas bajito


No sé bien de qué hablo cuando hablo de libertad. A veces me agobia tomar decisiones, y preferiría no hacerlo. En ocasiones resulta conveniente que las cosas estén dadas, o dejar que pasen sin más; pero eso sí, me revienta que me digan lo que tengo que hacer, o lo que no puedo o debo. Constantemente pienso que lo que más miedo me daría es perder mi libertad; el Estado se marca un punto, sale victorioso de ésta; la razón de ser de la cárcel, el escarmiento ejemplar, tuvo sus efectos sobre mí. Ser confinado, recluido, violentado con frecuencia, saberme vigilado, no poder ver tanto como quisiera a las personas que amo; toda mi cotidianidad trastocada y trasladada, arrancada un día de la noche a la mañana; un espacio degradante, de absoluta masculinidad. Todo esto suena como una detallada descripción de mi peor pesadilla.

Tita me decía que la libertad está en la mente. ¿Quién soy yo para cuestionar la opinión de alguien que fuera encerrada por haber reducido al mínimo la brecha entre sus actos y sus convicciones? Mientras tuvieran libros, charlas, noticias de que allá fuera las cosas siguen, que no fue en vano, que de algo sirvió; mientras aún hubiera algo en qué creer, quizás se podría sentir la satisfacción de haber sacrificado la libertad propia por una libertad mayor. Y pienso en que hay cárceles mentales también, pero entonces la libertad parece lejana, ilusoria, inalcanzable. ¿Será que es tan simple como poder hacer lo que quiero cuando quiero? Eso suena a la libertad del liberalismo, la que otorga o quita el dinero, individual y subjetiva, que supone que mis deseos son realmente propios, que soy inmune al bombardeo de la mercadotecnia, a la moral de Disney, Hollywood y el cristianismo; una libertad que toma en cuenta la opinión de las demás personas, pero no la repercusión que tienen mis deseos y mis actos sobre ellas.

Y pienso en la libertad porque te pienso a ti, papá, allá encerrado. Y aunque antes pasé largos periodos de tiempo sin saber de ti, esta vez es diferente. Me pregunto si padecerás del gélido invierno de Chihuahua; si tienes cobijas y abrigos suficientes; si podrás hacer algo, por mínimo que sea, que disfrutes hacer; si, pese a lo ilógico que pudiera parecer, te sientes libre: libre de culpa al pagar una condena; ¿será que es para ti una penitencia por muchas otras cosas que has hecho? Hoy recordé que una de tus pasiones es la bicicleta, y caí en cuenta de que el tiempo que estés encerrado, será tiempo que pasarás lejos de aquellas dos ruedas, tiempo que tus pies no podrán pedalear. Tal vez si cierras los ojos, tu cuerpo pueda recordar esa sensación de estar volando bajito, sentir el viento en el cabello, ver todo pasar de prisa, la armoniosa cadencia, andar sin manos con los brazos abiertos.

Me pesa que estés encerrado, y que no puedas andar en bici, pues ahora que lo pienso, si trato de resumir la libertad en una imagen, es precisamente la de una bicicleta que me lleva a donde sea, que me lleva al mismo tiempo que la conduzco. ¿Quién lleva a quién? No lo sé. Lo que sí sé es que cuando salgas iremos a rodar, y esta vez será a donde quieras. Serás libre de elegir.

Mientras tanto, entre uniformes grises, paredes grises e inviernos grises, sueña con aquellas carreras, la algarabía al salir el pelotón, la paciencia del que espera hasta atrás el momento oportuno de acelerar la marcha, la adrenalina del escapado, las subidas extenuantes con el sol a cuestas entre montañas de pinos, el alivio de recibir una botella de agua. Ésta fue quizá una caída, una más de tantas, con sus respectivos raspones y fracturas; tal vez una ponchadura a medio camino. Queda el resto por recorrer, y el último sprint donde te esperaremos entre gritos y vítores, sin importar en qué lugar hayas quedado.


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