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  • Rosario Tijeras

El privilegio de la escritura


Me rebelo contra los libros que se guardan en los anaqueles de una biblioteca mientras sus hojas se marchitan sin que nadie las lea, contra la retención de la información y contra la violencia de la academia que te hace sentir absurdamente vacío si no compites como buitre por la fama del sabio que recita teorías aunque en su mundo pequeño siga siendo un simple Humano.

-Ébano, Jhoana Patiño

La palabra, la palabra escrita nos es negada, históricamente escondidas, históricamente enajenadas a las tareas de cuidados, históricamente borradas y silenciadas por hombres que roban nuestras reflexiones, que roban nuestros conocimientos, detrás de sus grandes libros e investigaciones estamos nosotras limpiándoles el escritorio, trabajando, construyendo, cocinando, compartiendo nuestras reflexiones con ellos pero claro ellos son los que tienen la seguridad y herramientas para teorizar y escribir. Viste cuando alguien tiene una idea pero la dice muy bajito y luego la alcanza a escuchar alguien más y la dice más fuerte, pues así.

Creo que desde el privilegio es muy difícil que puedas entender el vació que siente una frente a la página en blanco, frente a la computadora, el sentir que no tienes palabras que escribir, que te falta vocabulario, la inseguridad por la ortografía, porque no se entiende, sentirte tonta por no saber tanto, porque ¿Quién eres tú para intentar escribir?, ¿qué tienes que decir de extraordinario? Nuestras vidas no son extraordinarias, no tenemos grandes aventuras o viajes, nuestras historias son cotidianas, son de trabajo, son de cansancio.

Cuando tu cuerpo y mente están precarizados, cansados de cuidar, de barrer, trabajar, resolver, de estar previniendo miles detalles de la vida cotidiana, ¿Quién tiene tiempo de reflexionar? ¿Quién tiene la palabra? ¿Quién tiene tiempo de escribir? ¿Quién tiene tiempo de leer? Y sobre todo, ¿quién quiere? Si después de un día largo de trabajo llegas a tu casa y por fin puedes descansar lo que menos queremos es leer o a escribir, la mente se bloquea frente a la complejidad de la escritura, teorías, libros, noticias, no queda tiempo ni ganas para todo eso.

Nos han despojado de nuestra vida, tiempo y de nuestra voz, el sistema ha silenciado a los cuerpos disidentes, marginales, pobres, morenas, gordas, feas e ignorantes.

Algunas privilegiadas de clase alta con acceso a libros, a tiempo, que tienen una señora que les hace de comer y el quehacer, que van a escuelas privadas, que tienen mucha seguridad y porte pues logran que su voz se oiga, que sus reflexiones se publiquen, para después llegar con un discurso de meritocracia “las mujeres tambien pueden”. No, no todas podemos y a decir verdad ahora ya no es algo que quiero.

No quiero llegar a sus cúpulas de poder patriarcal. No quiero que mi voz se oiga solo porque me ajusto a un sistema de muerte, no quiero y no busco una maestría para poder hacer investigaciones que legitiman una empresa universitaria, no quiero ser una gran escritora citada por todas las feministas, no quiero aprenderme reglas de ortografía para que así mis reflexiones sean legítimas; quiero escribirles desde el sentimiento y la rabia de no poder escribir, de no tener tiempo para sentarme a escribir, les escribo desde mis términos y formas y principalmente desde mi vulnerabilidad frente a una página en blanco.

Mi mamá solo pudo terminar la secundaria, nunca le gusto leer, me contaba que en la secundaria una vez les dejaron de tarea leer “La Iliada y la Odisea” y como no podían comprar los libros en el recreo se los pedía a sus amigas. Nunca le ha gustado leer mucho a mi mamá.

Después ¿Cuándo tendría tiempo y ganas de leer? Se embarazo de mi a los 17 años, tuvo que cuidar a cuatro niñas, darnos de comer, lavar ropa, recoger y limpiar la casa, salir a trabajar todos los días, vender Herbalife, Avon, Tuperware, vendió un tiempo mangoneadas y sumbananas, limpió casas ajenas, trabajó en una tienda de regalos, luego puedo poner su propia tienda, también decoraba eventos con globos, desde chamaca trabaje con ella.

Y agréguenle a todo esto cargar con un marido borracho y violento. No quería leer, menos escribir, no quieres pensar y no puedes pensar, no quieres parar un momento a reflexionar sobre tu realidad solo quieres sobrevivirla.

Mi abuela le agarro el gusto a la lectura ya que había muerto mi abuelo, ella me presto el primer libro que devore: “La casa de los espíritus” de Isabel Allende. Los libros me ayudaron a escapar y a la vez se volvieron una armadura, una forma de negarme a mí misma, a mi clase, a mi miseria, a mis dolores, negar a mi madre inculta, negar a mi padre violento.

Esto hace la escuela, los libros, la educación hegemónica blanca y occidental, que aspiremos a llegar más arriba, que aspiremos a su conocimiento y muy pocos lo logran, se vuelven estos casos únicos de mucho esfuerzos y desvelos donde se llega a ser rico y feliz.

No había muchos libros en mi casa, los leía de las bibliotecas de la primaria, luego de la secundaria y después los empecé a robar, tenía 14 años cuando robe mi primer libro en la FIL. Siempre tenia unas ansias por aprenderme datos, nombres, fechas, leer todo el tiempo, en la escuela, en la playa, en las fiestas, en el parque, en el camión, en todos lados.

Lo intentaba e intentaba, quería estar en el cuadro de honor siempre y pocas veces lo logre, siempre en primer lugar iba un niño. En la prepa la niña más “inteligente” era la más blanca, se notaba que su familia tenía dinero. Una vez nos invitó a comer a su casa dentro de un coto residencial por Zapopan. Me sorprendió entrar al estudio que tenían, estaba todo alfombrado y toda una pared llena de libros. Jamas iba a tener el vocabulario ni la seguridad que tenía mi amiga al hablar.

En la universidad los hombres siempre eran los primeros en opinar, me sentía muy tonta y muy pocas veces opinaba algo.

Me costó mucho tiempo darme cuenta que no era mi culpa el no poder alcanzar esos niveles de intelectualidad, que aunque me esforzara y desvelara seguiría yendo detrás de los que se iban de intercambio a otros países, de los que hablaban inglés u otro idioma extranjero, de los que tenían pasaporte, de los que no se preocupaban por lavar su ropa, por cocinarse, de los que tenían un lugar seguro y tranquilo en su casa para estudiar, de los que tenían miles de libros, de los que entendían perfecto teorías que para mí eran muy difíciles, siempre iría detrás de ellos y tengan por seguro que van muchas y muchos detrás de mí, nunca me falto comida o techo, fui a la escuela, podían comprarme mis útiles escolares, tenía juguetes en navidad, fiestas de cumpleaños con mago y toda la cosa, y no quiero entrar en una batalla de privilegios y desventajas; sólo quiero nombrarlos, leerlos y escribirlos, volverlos reales y a partir de eso hacer el doloroso esfuerzo de asumir nuestra historia, nuestro pasado, presente y el venir que queremos. No es mi culpa, no es nuestra culpa el no tener tiempo de escribir, no es que no le eche ganas, no es que no me levante temprano, no es que no me dé el tiempo, no es que sea desorganizada, bueno un poco sí pero no solo.

Entonces ahora es más claro para mí, EL que puede escribir y leer tiene un privilegio enorme y está obligado a cuestionarse y a que lo cuestionemos; a que nos cuestionemos nuestra seguridad al hablar, nuestras herramientas de aprendizaje, el vocabulario que usamos, las formas en las que compartimos lo que sabemos, la fuerza que tiene o no nuestra voz.

Porque podemos llenarnos la boca de documentales, anarquismo de libros, anarquismo de fanzines, , anarquismo de memes, teóricas decoloniales, feminismo comunitario, análisis socio políticos pasados de lanza que de nada nos sirven, de nada le sirven a la comunidad si no estamos trabajando abajo, si no estamos construyendo de adeveras: en la cocina, limpiando los refris, lavando los trastes después de la asamblea (hay que ver quien lava los platos al final y quien se la pasa hablando toda la asamblea), lavando el baño, llevando comida para los compas, sacando la basura, regando las plantas, acomodando y barriendo todos los rincones que nadie ve, y muy importante, bajando la voz para que se escuchen otras voces. Como dice el pueblo Nasa:

“La palabra sin acción es vacía. La acción sin palabra es ciega. La palabra y la acción fuera del espíritu de la comunidad, son la muerte”.

¿Qué comunidad estamos construyendo?, nuestra acción y palabra están construyendo nuestra realidad, no van separadas, no quiero negar el poder y la magia de la palabra escrita, porque para mí ha sido transformadora y sanadora en muchos sentidos, pero es verdad que puede destruir una comunidad si viene cargada del ego intelectual. La palabra sin cuestionarnos nuestros privilegios es vacía. Para mí también la acción vacía e individual destruye, la inmediatez de la ciudad nos hace accionar sin pensar en la comunidad, sin pensar en las necesidades de mis compas.

Este escrito viene desde la desesperación por entender de dónde viene este miedo a mi voz y a ser escuchada, este miedo que siento cuando en la asamblea hay hombres que no dejan de hablar, al miedo a hablar para decir lo que necesito o con lo que me siento incómoda, y me surgen más dudas y estoy ya casi terminando y me siento insegura, quiero agregarle más o quitarle algunas cosas, quisiera investigar más, mandárselo a mis amigas para que lo lean y me lo corrijan, lo leo y lo leo y aún no estoy segura si se va a entender todo este desborde de palabras, pero espero que con este escrito salgan más preguntas, desacuerdos, acuerdos, dolores, escuchas, pláticas, escrituras, y que podamos crear un espacio para nombrar y perdonar nuestra historia. Solo escuchando podemos empezar a construir otro mundo.


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