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  • José Luis González Glz.

El Segundo Final Del Cuento Mexicano


Particularmente la década de los 90s del siglo pasado y la primera de este siglo se machacó la idea en los medios académicos del “Fin de la Historia”; elocución la cual hizo famosa en un libro el académico norteamericano Francis Fukuyama y se refería al triunfo del capitalismo sobre el socialismo evidenciado, según argumentaba, por la caída del muro de Berlín y el bloque soviético, específicamente, por la decisión ciudadana masiva hacia el “libre comercio”. Según estas ideas -consideradas serias en su momento- lo que quedaba era un futuro con las mismas características del presente pero mejor, una especie de neoliberalismo eterno; de consumismo y civilización tecnológica utópica.

La humanidad se ha contado su historia presente -su propia historia- de acuerdo a los objetivos de la clase propietaria de los medios de producción, de las necesidades e intereses privados, de acumular, concentrar y centralizar su riqueza. Los “usos y costumbres” en la familia y en la cotidiana convivencia social reproducen esta historia a cada quien donde le corresponde en la división social del trabajo, o dicho de otra forma, en el lugar que ocupa en la estructura social. La escuela nos dicta como entender la historia; el mundo del trabajo estructura nuestro tiempo y nos refuerza el cuento en la cotidianidad de la nada, de la enajenación, del agotamiento mental y espiritual para adquirir algún interés o siquiera curiosidad por saber su historia; reafirma la eternidad de lo "real" sobre el “libertinaje” de la voluntad del individuo, aunque las nuevas sectas del “couch” digan lo contrario. El mito del individuo libre en el capitalismo se derrumba... "el ser social determina la conciencia social" (Carlos Marx dixit). Las convicciones sobre la veracidad de esta historia se tambalean cuando el cuento ya no coincide con la realidad.

En el transcurso de ese cuento que nos cuentan y nos contamos a nosotros mismos, se interpone a veces la conciencia de los explotados, la realidad de la lucha de clases. En el capitalismo, esta lucha de clases se expresa en la lucha propia del proletariado y los movimientos de desposeídos que enarbolan sus propias demandas y los cuales generan, además, sus propias versiones de la historia. Quien posee una versión más cercana a la realidad, logra finalmente gestar una nueva historia. Si no se da el caso; es decir, si la versión hegemónica de la historia se ha agotado y no aparece otra que escale en la hegemonía, entonces el colapso humano es inminente. El pensamiento ha sido incapaz de reproducirse.

La última década del siglo pasado -y del fin del milenio- fue una etapa de resistencia al pensamiento único neoliberal y requirió de luchas específicas por una apertura democrática y en resistencia contra “reformas estructurales” recomendadas por organismos financieros internacionales.

Estas reformas fueron el núcleo central del proyecto neoliberal y actualmente son un hecho.

La finalidad de las mismas tiene como factores comunes, la coordinación jurídica y fiscal, la integración regional de las cadenas de producción, comerciales y financieras de norte-américa y la utilización del dólar como dinero mundial. Sus objetivos son reducir costos al capital -con todo lo que ello significa- y cerrar el circuito de rotación del capital en todo el mundo (globalización).

En México, desde los años 80s, las manifestaciones de resistencia eran crecientes y con demandas democráticas y sociales claras, cada vez mejor organizadas e ideológicamente definidas con posturas clasistas; era entonces clara la disputa entre dos historias. Existía aún la Unión Soviética y el ejemplo de su realidad histórica, eran fundamento de quienes desde la historia propia de las rebeliones y revoluciones, que han ido moldeando leyes y generando nuevos “acuerdos sociales”; es decir, leyes mínimas por las cuales aceptan las partes renunciar a la violencia y acordar en unidad nacional.

Después de los sismos del 85, el movimiento estudiantil y la ruptura al interior del PRI en 1986, así como el proceso electoral y acuerdo fraudulento de 1988 y 1989, la movilización y el optimismo fue creciente a partir de entonces, aunque no con los resultados en política económica que se pretendían.

La radicalidad tuvo que dar paso al pragmatismo, ante la realidad de enfrentarse a la posibilidad de ser gobierno. Todos negociamos, unos pragmáticos, otros oportunistas, unos conmovidos por el avance democrático; otros, no tan convencidos -como su servidor-, pero confiados en nuestros compañeros con más experiencia y sabiduría. Entre lo negociado se incluyó la historia alternativa, pero utópica, del socialismo en México o socialismo mexicano. Tristemente, muchos camaradas, líderes de movimientos sociales o sindicatos, quienes, de las sesiones de estudio y discusión sobre coyuntura o lucha de clases, pasaron a las disputas electorales internas de un partido lleno de expriístas y otros oportunistas (cualquier parecido con algún otro partido de la realidad actual NO es pura coincidencia).

Sin embargo, este proceso fue tan exitoso política y laboralmente para muchos antiguos militantes socialistas y comunistas, que la lucha de clases real les abrió de par en par las puertas del gobierno del entonces Distrito Federal, ciudad capital de los Estados Unidos Mexicanos. La ciudad con más presupuesto y más poder en México. La estrategia de avanzar en la “democratización” ocupando espacios de poder y avanzar así en la representación popular, hasta llegar a ser gobierno, se hizo realidad y el pragmatismo triunfó sobre la radicalidad en todo el territorio nacional.

Como lo escribí al principio, las reformas son un hecho; los triunfos electorales y la ocupación de espacios de poder, no detuvo el proceso neoliberal como se hubiera pensado entonces. Por el contrario, las reformas se fueron facilitando y legitimando poco a poco, a la par que se debilitaban las organizaciones y sindicatos democráticos, los cuales paradójicamente, también insertaban cuadros en los siguientes gobiernos “de izquierda” o en las cámaras legislativas.

Mientras los militantes de base recibían y reciben hoy, aún pretextos o largas justificaciones legales sobre la fatalidad irreversible de las reformas estructurales; cuando hubo una disputa, los titulares de esos espacios ganados en los órganos legislativos y ejecutivos, perdieron casi siempre las votaciones. Algunas veces se atajaban reformas con la movilización, y una representación parlamentaria respondía a la misma. Otras tantas, la representación parlamentaria fue insuficiente o incluso votó a favor de reglamentos y leyes tendientes a facilitarlas; por ejemplo, como cuando el PRD votó a favor de la creación de la PFP, o la votación dividida a las reformas al art. 27, y otras que sospechosamente se aprobaron sin ton ni son; avanzando entonces el proyecto neoliberal montado en un TLC que selló nuestra dependencia de la economía y la política de Estados Unidos y los capitales corporativos trasnacionales.

Las consecuencias del avance neoliberal (capitalismo corporativo) sobre la estructura económica nacional -erróneamente reducida al “mercado interno”- fueron denunciadas en su momento por muchos que desde entonces, somos conscientes del proceso histórico en el que incursionamos con el mal llamado “neoliberalismo”, y es la fase donde después de ascenso prolongado desde la inconvertibilidad del oro en dólar, finalmente inicia la caída de la rentabilidad de las corporaciones financieras beneficiarías de esta gran acumulación y centralización de capital. Las consecuencias en el tejido social de la implementación de esta política han superado mis peores previsiones o pesadillas. Esta degradación es una acumulación de hechos económicos que derivan en una tendencia a la decadencia y ruptura del tejido social, lo cual genera a su vez, deshumanización -y hoy sabemos que esta decadencia se extiende a la degradación ambiental y hasta la extinción de especies.

En lo personal, antes del año 2000, esperaba que la estrategia propuesta por los grandes líderes y estrategas de la política nacional y mundial, nos llevaría a detener este deterioro; o que sería tan evidente el rumbo de las cosas, que las masas, una nueva forma de contar darían un vuelco a la historia. Tristemente, es peor de lo que imaginé que podíamos soportar como sociedad. Sucedió lo contrario, el primer final de la historia en esta última etapa, que fue el agotamiento y desmantelamiento del discurso histórico nacional revolucionario de 1982 a 1994, año en que podemos ubicar la aceptación y apoyo a un tratado de libre comercio con EEUU de parte de la izquierda antes socialista, y ahora incrustada en la nueva estructura burocrática que dirigía una revolución “democrática”.

El pragmatismo siguió ganando terreno, y lo que se ganaba en el control del presupuesto en todos los niveles de gobierno, se perdía en batallas contra las famosas Reformas Estructurales.

Con el discurso radical antineoliberal y de “izquierda” -pero también cada vez más contrario al socialismo-, y la pragmática estrategia de “ocupar espacios de poder”, se ganaron gobiernos municipales y estatales. Se ganó pragmáticamente, incluso con candidatos reconocidos como ideólogos neoliberales (como Miguel Mancera, por ejemplo); e innumerables políticos en estados y municipios ungidos por el prócer de la coyuntura (al cual se le sigue rindiendo culto a la personalidad, al estilo del viejo partido innombrable), que terminaron “traicionando” la ideología del líder.

La lucha contra las reformas en las calles no tuvo la misma suerte que la ocupación de puestos en las cámaras legislativas y gobiernos federal y subnacionales. Ahora bien, no faltó “mala suerte” a la resistencia. Tuvo tan mala suerte, que cuando se aprobó la reforma energética al líder de la oposición le dio un infarto y se tuvo que desaparecer por esos días; con la reforma laboral no hubo convocatoria del mismo líder, ni se movió ni llamó a movilizarse y, ya al final del pasado sexenio, aquel líder, actual presidente, detuvo las movilizaciones en contra de mantener al ejército en las calles, y hoy cuenta con una Guardia Nacional a su disposición.

Ya en el poder, el antiguo opositor, advierte -a varios meses de distancia de cuando sepultó por decreto el neoliberalismo- que culminará un viejo proyecto porfirista el cual representa hoy un jugoso negocio para el capitalismo mundial: el mal llamado “Tren Maya” junto con el “Programa Para el Desarrollo del Istmo de Tehuantepec”, que si las circunstancias globales no resultan adversas a las pretensiones del proyecto, ayudará a restaurar por un tiempo la tasa de ganancia y los ritmos de inversión de cuando menos esa región de Norteamérica.

Como vemos, en este aspecto, el nuevo gobierno, lejos de diferenciarse de lo que llama el “modelo neoliberal”, con su política económica profundiza y continúa el proceso de concentración de los capitales más poderosos.

Así mismo, la negociación de un nuevo tratado (TMec) y la política migratoria prácticamente impuesta desde Washington, nos funde al proceso de acumulación de capital y en la reproducción de la política económica de un país en decadencia e implicado en guerras permanentes. A pesar de documentar el fracaso del TLC, continuar por este rumbo, no indica otra cosa que una total falta de proyecto y un oportunismo memorable.

Los proyectos apoyados popularmente de la mano de la amplia simpatía de la cual goza el actual gobierno, y particularmente el actual presidente, son efectivamente las últimas cartas del capitalismo mexicano. Por un lado, resolver problemas urgentes que encarecen al capitalismo mexicano, y por otro, terminar la obra de la conquista del norte al sur de México, imponiendo absolutamente las formas capitalistas sobre el necesario despojo de los medios de producción.

No solo son hechos económicos de despojo y expropiación, devastación y contaminación; hechos objetivos y de alguna forma, medibles y materiales; estos proyectos son además un atentado definitivo contra los pueblos originarios de estas tierras. Contra su identidad y cultura propias que son las raíces de nuestra identidad nacional y que han logrado resistir y transformarse al margen y a pesar del individualismo introyectado por la cultura del capitalismo. Importantes tradiciones comunitarias que han demostrado ser alternativas a un sistema violento y en evidente decadencia.

Hemos llegado al segundo final del cuento. El fin del cuento neoliberal. El primer final sucedió entre 1982 y 1994. El cuento que nos educó, a nuestra generación, es la historia de una lucha contradictoria entre caudillos carismáticos populistas, y héroes revolucionarios que no ganan el poder pero que sirven de plataforma, para que un grupo de caudillos corrompidos gobierne y se enriquezca durante casi todo el siglo XX. En ese cuento habitan en el espíritu de leyes constitucionales fundamentales, que enarbolan justicia, democracia y libertad, derechos sociales que fueron considerados los más avanzados en su tiempo. Esta visión de la historia de México, reflejada en sus leyes, se intentó borrar y suplir con una versión economicista que hoy conocemos como neoliberalismo; una constitución que lentamente ha venido perdiendo su carácter histórico y ahora se intenta suplir con reglas -y no leyes- más bien homogéneas, que resuelvan de forma eficiente la rotación del capital. Un cuento que va perdiendo su raíz histórica, pero que prometía un país integrado al progreso, la tecnología, la riqueza, el consumo, y que en la realidad nos ofrece datos crecientes en desapariciones, ejecuciones, secuestros, tráfico de armas, trata de blancas, de niños, de órganos; impunidad, corrupción, destrucción ambiental; consecuencia lógica de la dependencia económica y del intento por borrar de nuestra historia principios fundamentales, que dan rumbo y viabilidad a un proyecto nacional-universal.

Lo grave es que al darnos cuenta de que el cuento neoliberal es el segundo final de la historia moderna de México, también nos damos cuenta de que no se escribe un cuento alternativo, sino que solo se pretende adicionar un capítulo a un cuento de capacidades narrativas agotadas.

Guadalajara, Jal. 04/01/2020


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