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  • Jesús Estevané

¡desgraciados!


Desde lo alto de la sordidez humana se escucha la vociferante alusión de los lamentos, alguien al escucharlos gesticula airado, ¡puros lamentos!, de eso viven esos muertos de hambre, mejores habían de ser para el trabajo, bestias de carga como antes, ¡oh qué tiempos aquellos, mejor que ahora fueron!

Vana la ilusión de los ayeres, el lamento se aviva según la incertidumbre arrecia, y el precio por vivir nos deja tiesos.

Cómo no lamentarse si ya nada alcanza ni consuela en estas tardes de viernes o sábado bendito, si uno recoge su morralla en un enflaquecido sobrecito que apenas si hace bulto.

Cómo no lamentarse si uno recoge las migajas de un trabajo que te mata y un dinero que se esfuma apenas si lo tocas.

Cómo no lamentarse si desde niño en lugar de darte amor, puros chingadazos te han metido y ya de grande desprecios por ser pobre y de mísero holgazán y malas mañas no te bajan.

Y todavía me dicen que vivo de lamentos, vénganse a mirar las costas este lado, ya verán lo que es amar a Dios en medio de loa cerdos.

¡Lamentos!, lean con cuidado escuchen bien estos lamentos; uno ha llorado quedamente y para sí, tratando de ocultar tras una tímida sonrisa todo aquello que tú y a grito abierto, en plena faena o teatro exigen sin que les cueste una miseria se uña, lo que a nosotros un güevo o los ovarios a según, con todo el estómago lleno de ulceras para que ustedes vivan, ¡desgraciados! .

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