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  • Sergio Fong

Cita en el Parque


Larissa estaba llorando, gimiendo a mares con un fervor que me perforaba la carne y no le creí. No me era falsa su historia sino la mía, me era ajena y a la vez tan fraterna, habíamos tenido una relación vana en tiempos difíciles; como cuando reposas con mucho tacto el barquito de papel sobre la piel del agua y sabes que en cualquier momento se va a hundir. Éramos una herida viva, demasiado viva en la agonía social: Donde no importa quién cae, emigra o fallece y tú vacío muerde al otro aferrándose a la tabla de náufrago. En medio de la nada, ¡no hay nada! Ni marcha atrás y para delante menos. Ningún lugar es el mejor, sin siquiera preguntártelo: ¡Estas vivo y te chingas! No hay de otra sopa, vivo en el volantín del alcohol. ¡Torcido, porque a alguien le debes o nomás no te toca, aunque te pongas! Y en algún momento después de toda esa inmundicia sales a flote, contando los daños y esforzándote a respirar fuera de la basura, tratando de olvidar, creyendo en pesadillas que ya fueron y buscando extirpar de tu mente la ruina: borrar las imagines que te persiguen como monstruos de la abstinencia, no hay rencor pero el dolor que te cuece el alma aún persiste en la superficie.

La vida suele ser cruel, culera a grados agudos, sin miramientos y entonces de repente la ciudad es la película que ya viste y se repite. Estás sentado en una banca de las del jardín de San Francisco, exhibiéndote en la galería de la miseria, comiéndote un duro de harina que recogiste de uno de los botes de basura; levantas la vista y allí esta ella: flaca como la parca, ojerosa y jodida como un cruento ojete de hígado de borracho. Guachas el temblor huesudo de su baisa extendida, pide cacharpa, algodón para seguir en ese estado flotante de inser y muerte viva.

La reconozco pero quiero obstruir mí cerebro, quiero ser otro pájaro en otro parque. Cualquier otro árbol torcido. Quisiera que ella no me recuerde. Se acerca a mí, no tengo ni un clavo para darle, cierra su pétrea mano como una tenaza y maldice muda, acuchillándome con la mirada calcina, mis ojos y los suyos se encuentran y nuestras almas se reconocen sin palabrear: en nosotros está ese otro que tanto nos hace falta.

-¿Gato? Me pregunta con voz cavernosa. -Larri, le contesto haciéndole al pendejo, no te reconocía. -Te ves bien, lo dice con sarcasmo y agrega, ¿Muerto o vivo? Pero te ves bien. Yo, yo me escape del albergue, hace poco, me tenían secuestrada, no me daban de comer, no tenía ropa limpia, me bañaban a baldazos con agua fría y me castigaban constantemente. Había muchos demonios gritándome todo el tiempo que era una mala mujer, una mala madre, una mala hija, un desperdicio, un pedazo de mierda. Mírame como estoy. Tú te ves bien ¿Vivo o muerto? Yo, yo ya no soy bella, ni me parezco a ninguna dama, ni me siento mujer. Me madrearon los ojetes, me dejaron sin dientes. Ellos decían que mi familia me tenía ahí porque los avergonzaba, pero no era por eso, ellos quieren quitarme mi casa, mi dinero, mis hijos porque yo no creo en Dios. ¡Dios! Dios ha de ser otro borracho como tú, como yo, ¿Gato, dime, tú eres Dios? Yo estoy enferma, como ellos dicen y me aturdían de día aullando como fieras que mi familia no me quiere. “No te quieren, no te quieren no te quieren porque estás loca, demente, vieja loca demente”. Y todas las malditas noches, todas las malditas noches mientras dormía me rezaban un rosario y coreaban letanías de difuntos como si me velaran porque querían que me muriera. Los malvados me amarraban porque quería salirme de ese sitio de tortura y me obligaban a hacer cosas que yo no quería. Tuve que escapar, brincarme la barda, me rompí los huesos de la pierna izquierda y ahora camino chueca, me corte con los vidrios del muro y se me abrió la panza; salte al campo, todo estaba desierto, horrible. Camine entre la oscuridad; corrí, gatee; pero no me morí, ¡pinches culeros! Salí a una carretera, me dijeron que era Michoacán y una señora me trajo en su carro hasta Guadalajara y me dio dinero para el camión, sé que me andan buscando y me quieren matar pero no me van a encontrar.

Estaba escuchando toda su historia y sabía que no me pertenecía, que aquel espectro no era mío y sin embargo mi corazón tristeaba, la miraba con ahogo y me preguntaba. ¿Qué fue de mí sin ti, que fue de ti, de ti, de ti sin mí? Cero, no hay memoria de cuando nos separamos, igual fue ayer, no sé cuándo nos perdimos.

Sentó sus huesos junto a los míos y sacó de unas bolsas rebosantes de basura objetos que parecían tesoros de otros tiempos entre garras, papeles y cajitas pequeñas muy lindas. Abrió una de ellas y ahí estaba una joya, era un anillo dorado con una piedra roja cristalina. Intentó sacarle brillo ensalivándola y frotándola con las yemas de sus dedos y en la tela de su chal, luego le echaba vapor con su vaho pero no brillaba más. Lo colocó en el cuenco de su mano derecha y me lo mostro con devoción, sus ojos se reflejaban en el espejo brumoso del anillo.

-¿Te gusta? Me preguntó. - Esta chido, le dije. -Te lo regalo.

Me quede dudando y ella lo regreso a una de las cajitas.

-¿Quieres un trago? Me dijo mientras sacaba de entre su chingo de cosas una pachita de mezcal a la micha y la abría.

Tomé la botella y le di un trago.

-Hasta el fondo, me dijo y aleteaba su mano derecha tembleque sobre mi rostro mientras me miraba con ojos de agonía y era terrible.

Lo empujé todo y me levanté para despedirme.

-Gato, me murmuró muy quedo y su voz se desquebrajó mientras desaparecía, Gato, no me olvides.

 

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