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  • Sergio Fong

El Mudo


Tenía los dientes amarillos, su mirada era amenazante, si tenía alma seguro en ella no había paz. Era punk original de rostro desencajado, le decíamos el Mudo, fumaba mota lo que era un contento, a destajo; también hojas del guayabo que estaba en el patio de la vecindad, pétalos de rosa, hojitas del rosal y cuanta hierba topaba en las macetas de las doñas, se forjaba unos chanchos de zacate, de ese que se da en el borde de banqueta y la raza lo cabuleaba dándole chingadera y media para que se atizara.

Nosotros despachábamos en la banqueta del varrio, tirando barra, salíamos a las dos de la tarde a comer y regresábamos a las cuatro. Él se sentaba en cuclillas frente a nosotros; de orilla a orilla nos hacia el iris aventándonos sus energías macabras como queriéndonos hipnotizar. Entre muecas, señas y guturaciones arcaicas y chemisticas se daba entender.

-Que le pases el toque, me decía Toribio.

-Aguanta loco, ahorita se lo rolo.

Sus greñas estaban tiesas de mugre, sangre, lodo, pero bien erizas. Hasta los punk del varrio dejaron de usar geles, grenetinas, zumos, melcochas, pegamentos de estética punk rock jodido para utilizar las técnicas del Mudo, incluso lo adoptaron como mascota, le rolaron un chamarrón negro con lentejuela y canutillo, unas botonas de macuarro y le pusieron su collar de estoperoles para llevárselo a los tokines, eso era demasiado grotesco pero había style. En los conciertos le quitaban el collar y se destrampaba cabrón, giraba como trompo tirando madrazos y patines en el slam. Eso sí, llegaba a terreno todo puteado pero como un héroe lleno de medallas que luego se convertían en cicatrices.

El Alucín de las tocadas le duraba días, agarraba escobas, tablas, palos, todo lo que pareciera una lira y se ponía a tocar y brincar como poseído.

Un día llegó el verdadero Punk Rock al varrio, en el cantón de la Güera Polvos se iba a armar el borlo por las quince primaveras de la Güerita, contrataron a un grupo conocido en las tardeadas como los Sex Pack (no había otros, dijo la Güera Polvos). Los Sex tocaban con el yoyo, de veras culero, pero a quien chingados le importaba, seguramente por eso se hicieron punks.

Después de misa pidieron la coopera para armar unos pollos asados, la Güera hizo una sopa de arroz roja y compraron un garrafón de Tonayán. El Toribio fue por unas bolsas de hielo y unos kooleys de fresa; en una olla pozolera fabricó un guachicol conocido en el inframundo como agua loca.

Los Sex Pack llegaron en una troca, eran como 30 cabrones entre vatos y rucas cargando instrumentos, bocinas y bafles. Se instalaron en chinga y pronto dieron cuenta del agua saica, abrevando como descosidos cosacos. Toribio anfitrión maldito armó otra agüita loca pero esta vez le puso un frasco de rivotril.

La Güera, en su papiro de yo soy la chida del borlo, quisó apañar el micro para decir unas palabras, pero el Animal que era el vocalista de la banda la abrió diciéndole que ellos se encargaban de felicitar a la quinceañera.

-Tons, toquen el vals Danubio azul, alcanzó a decir mientras la bajaban del escenario.

¡Que vals ni que la chingada! Empezaron a hacer ruido con los instrumentos y a mentar madres a los putos políticos por ojetes y desde luego a tirar cagada contra los burgueses y su aliada la iglesia: “y esta va con dedicatoria para el pinche Papa por culero y arrastrado”.

El desmadre empezó a degenerar machín, pero a los treinta minutos ya habían tocado todo el repertorio.

Después del slam llegó el Mudo hasta donde estábamos pisteando, se hacía pendejo o le jugaba al inteligente, como dicen: “para tragar a puños”, yo lo veía inquieto, yendo y viniendo del escenario como queriendo hacer alguna daga.

La raza empezó a gritarles a los Sex para que tocaran de nuevo y los vatos como todos unos artistas comprometidos con sus grupis se treparon otra vez. Las rolas eran las mismas pero con improvisaciones y de repente se subían dos tres changos a gritar obscenidades como los megapoetas del megáfono. El Mudo ya no brincaba ahora estaba atento, clavado con el guitarrista; extendía la mano para tocar la lira, el compa le daba quebrada de rascar las cuerdas desde abajo y luego se retiraba, así estuvieron por un buen rato haciéndole al orate.

Luego ya no supe en que momento todo el bandón estaba sumergido en el desmadre, hasta el asterisco, felices en el pandemónium. Fue cuando se me acercó el Mudo y me dijo con voz aguardentosa en medio del aquelarre:

-Quiero tocar la lira y ese güey no me la presta.

Yo estaba hasta Full y me le quedé viendo al pinche inser de las catacumbas de Guanatos, seguro que puse cara de pendejo porque todos soltaron la carcajada y el Toribio me dijo: No ésta mudo güey, de eso chamba. Entonces le pregunté en mi confusión y medio encabronado:

-¿de veras pinche mudo, quieres subirte a tocar la guitarra?

Lo agarré y lo llevé hasta arriba del escenario, le di el arpa del Poncho, prendí el amplificador y le grité encabronado: ¡Toca!

Hubo un momento en que todos voltearon a verlo, el Mudo estaba ahí parado como un sacerdote, un chamán ungido por el gran espíritu.

Estuvo chingón mientras duro la expectación.

El pinche Mudo estrelló la guitarra contra el escenario hasta hacerla pedazos.

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