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  • Sergio Fong

La Siniestra


Lucha abrió la puerta del departamento, estaba desdibujada, incluso la sentí triste.

–Pasa, pasa Gato, me convidó a entrar.

-¿Buscas a Esteban?, preguntó.

Mi respuesta fue obvia: –Claro.

Esteban había quedado de pasar a mi casa para hablar sobre la venta de su departamento, como no llegó, pensé que se podía rajar y dejarme colgado de la brocha, preferí ir a buscarlo.

Le comente a Lucha, y le pregunte: ¿qué pasaría con Esteban?, para sondear un poco.

-Salió temprano al trabajo, de que fuera a ir contigo no me dijo nada. Eso lo expreso como molesta, luego agregó ¿Quieres algo de beber? ¿Ya almorzaste?

-Ya desayuné, te agradezco un vaso con agua. Voltee a verla y tenía ese tic tembloroso en la quijada, oí el estruendo del cristal cuando se rompe.

Mientras me traía el agua mirujie el depa, alucinándome con la compra y cubicando donde colocaría los muebles, la sala iba a ser mi estudio y uno de los cuarto el laboratorio, el taller de taxidermia para trabajar sobre el encogimiento de ciertos animales difuntos. En eso estaba cuando llamaron mi atención unas manchitas de sangre en la pared muy cerca del zoclo, como un ligero riego, casi imperceptible. Seguí con la mirada a Lucha y estaba sirviendo el agua con una sola mano, le busque la otra, la izquierda y la tenía metida en la bolsa del abrigo. Seguí observando el departamento y vi unos borrones de sanguacha en el piso, eran marcas muy sutiles, como si alguien las hubiera querido limpiar, el leve manchón llegaban a la recamara principal, donde iba a meter una Queenside, pero la puerta estaba cerrada. Lucha acerco el vaso con agua y lo deposito en la mesa de centro. Se dio cuenta de mi falta de discreción y dijo parcamente: “La perrita anda en celo, ahora limpio”. Apaño un trapo de la cocina y con una sola mano paso la jerga por encima de la sangre hasta desapareció. Me volteo a ver como esperando alguna otra cuestión. ¿Cuál perrita? Pensé, nunca le han gustado los animales, ni disecados, me ahorre la pregunta.

Nos quedamos mirándonos un instante a los ojos, yo sabía que estaba en crisis porque su boca temblaba y no emitía palabras, tampoco parpadeaba, era como una efigie, aunque su cuerpo estaba en total descontrol. Temí que pudiera caer en un ataque de nervios, tantos años bajo tratamiento psiquiátrico, había momentos en que se desconectaba por completo.

-Quieres sentarte, le dije mientas le señalaba un sillón de la sala, dijo que no de modo cortante. Luego se paró exactamente frente a mí, tome el vaso de agua y bebí, el agua estaba dulce, demasiado azucarada y fría. Baje el vaso a la mesita y le pedí que me dejara pasar al baño, tuve que bordearla, casi hacerla a un lado, empujarla un poco, estaba allí inmóvil como la Esfinge de Giza, pero temblando con sus manos en las bolsas de su abrigo.

Antes de entrar al baño me di cuenta que la perilla estaba embarrada de sangre, al entrar y mirar el baño quise salir en chinga, pero soporte la repulsión; había sangre por todos lados. Ya ni orine, no hice nada, miré el lavamanos y estaba completamente teñido, respire profundo y salí fingiendo completa calma. Lucha seguía de una sola pieza sin dejar de temblar.

-Creo que me voy, le dije, luego busco a Esteban.

-Hernesto, me dijo en seco, tú sabes que yo no quiero que Esteban venda nuestro departamento, ¿Si lo sabes, no?

-No, no lo sé, no lo sabía, me tengo que ir Lucha, dije precipitado.

Se acercó para despedirse, yo abrí la puerta, ella extendió su mano, la izquierda, la que había mantenido en el abrigo. Nos dijimos adiós.

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