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  • Olivia Pineda

La femelle du requin


“Je cherchais une âme qui me ressemblât, et je ne

pouvais pas la trouver. Je fouillais tous les recoins

de la terre; ma persévérance était inutile.

Cependant, je ne pouvais pas rester seul. Il fallait

quelqu’un qui approuvât mon caractère; il fallait

quelqu’un qui eût les mêmes idées que moi.”

Les Chants de Maldoror - Isidore Lucien Ducasse

Jamás pensó que tuviera la fortuna de admirar su cuerpo desnudo. La había soñado mil veces aún estando despierto, sobre todo mientras leía sus libros favoritos. Imaginaba como se vería su pecho expandiéndose rítmicamente en cada respiración. Trataba de visualizar a detalle los finos vellos que cubrían sus brazos, erizándose repentinamente al sentir una leve brisa. Imaginaba sus dedos deslizándose por su abdomen terso y firme, recorriéndola completamente, por entre su cabello y hasta los dedos de sus pequeños pies. Soñaba con sus piernas largas como las noches que pasaba en vela escribiéndole cuartillas enteras de planes, poemas y sentencias de amor. A veces la imaginaba caminando hacia él, con la mirada fija en sus grandes y luminosos ojos, con su largo cabello al viento y sus pasos marcando el tiempo, desdoblando la distancia y manteniéndose siempre en el horizonte. Vistiendo ese vestido azul que combinaba con sus ojos, con sus labios rojos que lo hipnotizaban, que de vez en cuando le habían lanzado un hola al toparse en el pasillo, sin emociones perceptibles. Otras veces la soñaba dormida, tendida a su lado, respirando plácidamente, con una leve sonrisa dibujada en sus labios. Esos labios que entreabiertos le invitaban a respirar el dulce aire que exhalaba. Las largas y negras pestañas guardianes de los profundos ojos azules que rara vez se fijaban en él. Las manos cruzadas sobre el pecho como abrazándose a sí misma, aprisionando sus propios latidos. Lo que más disfrutaba era imaginarla sentada en el sillón junto a él, leyéndole en voz alta las obras de Nerval, de Artaud, de Mallarmé, con un francés perfecto y sin levantar la mirada, plenamente concentrada en la lectura. Y se le llenaba de emoción el pecho de imaginar que aquella imagen pudiera ser realidad un día, de poder escuchar su voz leyendo a los poetas malditos; le extasiaba la idea de escucharla leer en especial el canto tercero de los Cantos de Maldoror, con melódica e incitante voz, diciendo: “Et je me demandais qui pouvait être son maître”, y su corazón palpitaba con fuerza y le contestaba con ansias: ¡c'est moi!

Las noches taladraban en su desesperación. Muchas veces pensó en raptarla, teniendo en mente la firme idea de que ella no aceptaría estar con él de forma voluntaria. Se auto flagelaba al pensarse capaz de realizar un acto de tal magnitud, pero su mente volaba fácil imaginando cien maneras de llevarlo a cabo. Hasta ese día en particular, en que ella pasó por su cubículo dejando caer discretamente una nota, escrita con hermosa caligrafía e invitándole a tomar algo al terminar la jornada laboral. Al principio dudó de la realidad de lo acontecido, pasó un par de horas convencido de que se trataba de un error, de una confusión. Leía y volvía a leer al mensaje, repasándolo letra por letra aferrado a la idea de que las palabras que contenía eran otras. Pronto las labores cotidianas del día, las llamadas de los clientes, la junta con el jefe, el chismorreo de los compañeros, le hicieron darse cuenta de que no soñaba. Cada breve tiempo miraba su reloj en espera de que la manecilla se posara en el 5, sudaba frío pensando en que el dia jamás terminaría, ahogándose en la idea de que pudiera tratarse de un error, de un juego o un engaño. El corazón a punto de estallar al dar las 5 en punto, los poros exudando ansiedad al cruzar la puerta y la mente en blanco al verla de pie frente a él, mirándolo fijamente. Sin cruzar palabra y con un leve movimiento de cabeza indicando una dirección, emprendieron la marcha a un pequeño bar escondido a sólo un par de calles de la oficina.

“Se trouvent en présence le nageur et la femelle du requin, sauvée

par lui. Il se regardèrent entre les yeux pendant quelques minutes;

et chacun s’étonna de trouver tant de férocité dans les regards de

l’autre. Ils tournent en rond en nageant, ne se perdent pas de vue,

et se disent à part soi: «Je me suis trompé jusqu’ici ; en voilà un qui

est plus méchant.»”

Al entrar al lugar, que se encontraba apenas iluminado por algunos focos sucios, comenzó a sentir que las piernas le temblaban, desvaneciéndose, en definitiva, la posibilidad de que se tratase de un sueño. Ella caminaba segura entre las viejas mesas de madera y se sentó al fin en la mesa más alejada de la puerta, dejó caer su bolso descuidadamente sobre una silla y pudo observar un libro que se asomaba curioso. No pudiendo evitar la intriga que le producía el saber qué clase de lectura le atraía a esa mujer, cuya misteriosa personalidad le había tenido tantos meses soñándola, entre sorbos de cerveza al fin se animó a preguntarle por el título. Ella lo tomó entre sus delgadas manos y se lo puso delante. Los Cantos de Maldoror, leyó él con voz entrecortada y mirándola a los ojos supo que su vida estaba a punto de cambiar completamente. La conversación navegó sin prisa entre todos los temas que siempre le habían interesado, sintió que lo invadía un frenesí cada vez que ella tocaba un tema distinto, tan segura, tan llena de conocimiento y rebeldía. Ella misma fue quien sugirió salir de ahí, tomados fuertemente de la mano abandonaron el lugar y él podía ver claramente como la sombra que ella proyectaba en el asfalto se transformaba de una sílfide a la de un tiburón. Entraron a su casa aún tomados de la mano, ella admiró la gran biblioteca que él poseía y cuidaba celosamente, y sin mediar palabra, se despojó de sus ropas. Y con esa imagen tan real frente a sí, él entendió que toda su vida y sus sueños fabricados, le habían preparado para ese preciso momento.

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