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Fetichismo del dinero y composición orgánica del capital: Precio y valorización de lo muerto

José Luis González Glz.

No hay mayor peligro para el proceso lógico del capitalismo que el paulatino agotamiento de las fuentes de plusvalor, combinado con un estancamiento en el desarrollo de las fuerzas productivas.

La sobre-explotación de la fuerza de trabajo humana y la naturaleza, además de la falta de rentabilidad en las innovaciones tecnológicas, serían el fin de su sistema, para bien o para mal de la humanidad, en el caso en que los pueblos y las organizaciones de los trabajadores no encuentren un camino alternativo a la dictadura del capital. El capital se compone orgánicamente de tres elementos (C+V+Pv), dos que componen la inversión inicial (C-V) y que son la base de la producción de un tercero (Pv), el cual asegura la reproducción ampliada de los dos primeros y representa al Capital. Es decir, el capital se compone de medios de producción y fuerza de trabajo; medios de producción que por ser ya elaborados y la materia prima básica, se les conceptualiza como “capital contante”(C) y la fuerza de trabajo, que por su carácter mismo de explotado es susceptible de bajar y subir su salario de acuerdo a la situación que guarde la lucha de clases, se le conceptualiza como “capital variable” (V). El valor que se crea más allá del valor de la fuerza de trabajo aplicada en la producción se conceptualiza como “plusvalor” (Pv). Las diferentes relaciones y proporciones que guardan conceptual y matemáticamente estos conceptos nos develan la lógica y el escenario real en el que se desarrolla el capital; sea este un capital individual o el capital global.

De estas relaciones resalta la que mide el peso o proporción que guardan los medios de producción con respecto a la fuerza de trabajo, la “composición orgánica de capital” [C/(C+V)], la cual nos indica el peso del capital pretérito o fuerza de trabajo muerta -ya aplicada y realizada, producida y vendida a un precio establecido) con respecto a la vida representada por la fuerza de trabajo concreta aplicada. Hoy, la sobreproducción es evidente en el mundo, el consumo superfluo es la consecuencia lógica de esta sobreproducción, propia de la naturaleza del Capitalismo de Estado, el alto consumo en masa necesario para su reproducción.

Durante el siglo XX y hasta hoy, la composición orgánica de capital ha crecido controladamente. Para ello se utiliza la planeación y la política económica que desde la teoría keynesiana y posterior han dejado de lado en la realidad, pero no el discurso de la ”libertad” económica y su modelo del “competencia perfecta”. De esta manera, todo parecería totalmente bajo control motivo por lo cual les son inexplicables las crisis que en la realidad se han presentado.

Todo parecería perfecto en los números, sin embargo, si incluimos el consumo de servicios como costo en el sector de bienes de producción, es decir como un medio de producción más, la “composición orgánica de capital” se dispara, pues hoy las ganancias de los bancos y los servicios financieros en general han afectado el crecimiento de la inversión en producción y comercio. Esta situación es el fundamento de una larga crisis sistémica que se mantiene controlada recortando el gasto público y los derechos sociales en todo el mundo; es decir, incrementando la tasa de explotación del trabajo y favoreciendo tasa de ganancia extraordinaria en los países ricos e imperialistas.

La inconvertibilidad del dólar en Oro dictada de forma arbitraria en 1971 por el gobierno de los E. U. redujo sin duda los costos del circulante, permitiendo una reducción en la composición orgánica del capital global. Esto es un menor costo en gastos por circulación, desmonetización del oro y su consecuente devaluación. Al mismo tiempo, al ya no fungir el oro como equivalente general debió surgir un sustituto, de ahí la combinación geoestratégica dólar-petróleo-guerra. La tendencia al totalitarismo militar y hoy al terrorismo, son los factores que vienen a socavar la ley del valor trabajo del sistema capitalista a favor de una ley del valor basada en la destrucción. Un sistema imperial de costos sociales e ingreso privados crecientes.

El economista es el sumo sacerdote. Es portador de la ideología que ha de ofrecer culto a los valores de la sociedad capitalista. Su palabra es dogma de fe que pretende explicar el misterio de una sociedad, la cual, careciendo de una religión de Estado y habiendo desarrollado el concepto del derecho más allá de las religiones, no ha evolucionado totalmente, desafortunadamente, por encima de los intereses individuales. En el siglo antepasado, los derechos humanos fueron suplantados por el derecho del hombre burgués y los derechos del ciudadano se concibieron como la “seguridad del individuo”, entendiendo por ello la acción de la policía para salvaguardar la sacrosanta propiedad privada de los valores de uso materiales y espirituales (Marx, Escritos de juventud). Las condiciones económicas de la actualidad mundial reflejan la agudización de las contradicciones y ponen en entredicho los principios del sistema. El fundamento espiritual del sistema capitalista es la enajenación del individuo y la sociedad, debido a la “mágica” aparición de los productos en el mercado, fenómeno conocido como “fetichismo de la mercancía”. Esta se hace visible al individuo como un objeto sin historia y aislado de la acción humana productiva; se alza por encima de las cabezas de los hombres y se erige como objeto directamente inalcanzable para las manos del simple mortal.

Hasta principios del siglo pasado, para obtener el objeto de culto del sistema - para obtener la mercancía - era preciso vender algo propio - algún valor de uso producido individualmente, por lo común, fuerza de trabajo - a cambio de la mercancía/dinero. Posteriormente, la propia mercancía dinero, que servía de equivalente general, tuvo la necesidad de “diluirse” en un cuerpo menos “pesado” que el oro, que le permitiera facilitar la circulación dentro del sistema para acelerar la rotación del capital y así, permitir el sostenimiento de la lógica del capital. La enseñanza histórica de reemplazar le mercancía dinero por símbolos en papel es la fragilidad y fácil sobreestimación del sistema crediticio, así como la pérdida total de parámetros que permitan reconocer la situación real del sistema.

A pesar de la tan propagandizada derrota del socialismo real, el capitalismo se encuentra ahora ante problemas crecientes; no sólo en cuanto a seguridad social, también en cuanto a la reproducción misma de ganancias medias que permitan mantener la competencia mundial. El sistema en su conjunto necesita de una fórmula que no trastoque las bases de la acumulación del capital, fórmula que aparece en las doctrinas del “monetarismo”, el “ofertismo” y todo el neoliberalismo. En éste marco, la discusión de antaño sobre el futuro de los países en los que apareció tardíamente el capitalismo, se vuelve cada vez más actual. El sueño de la modernidad cada vez se estrella con más fuerza contra el muro de la realidad que viven grandes territorios del mundo en Latinoamérica, África o Asia, o ya en los mismos centros del imperialismo mundial. El sueño de la modernidad es para los pueblos que habitan estos lugares más una pesadilla que otra cosa. Tal y como predijera Grossman antes de la crisis del 29, el papel de la especulación en el capitalismo tiene límites (Grossmann, 1984, p, 317-373). Si bien la especulación, junto con la exportación de capitales y la venta de garantías estatales[i], permiten dar una alternativa de inversión al exceso de dinero, lo que permite la creación de nuevas fuentes de plusvalor y un incremento en la tasa de ganancia ; podemos hacer la observación de que, cuando menos, en realidad bonos privados y los papeles del gobierno son sólo promesas de pago y hoy, con la inconvertibilidad del dólar en oro, no podemos saber cuál es el valor real de dichos activos, ni si rinden en realidad los intereses que se pagan por la posesión de dichos bonos, y tampoco sabemos la tasa de ganancia de la industrias privadas.

En estos periodos, cuando el dinero de papel se convierte valor, se invierte totalmente la realidad por lo menos en dos aspectos: 1) El valor de uso de la moneda se convierte en valor de cambio y, los precios, en valores independientes de la producción real; 2) La forma relativa del valor por excelencia pasa a ser el dinero; que hasta antes se concebía como [ii] forma de equivalente general (Marx, sección primera, EL CAPITAL). Y ésta transposición de las formas del valor - la forma relativa en equivalente y la equivalente en relativa -, fuerza la producción, que entonces requiere de la intensificación del crédito, presentándose entonces el fenómeno inflacionario como reflejo. Es decir, el fetichismo de la mercancía alcanza el más alto grado de enajenación; se convierte en la pura imaginación matemática expresada en los modelos de equilibrio.

Las crisis que así estalla, sólo es salvada si la “inflación” restablece el equilibrio perdido por la caída de la tasa global de ganancia, favoreciendo entonces la concentración y centralización del capital. Estas son las épocas de la transferencia y destrucción en masa de capitales en favor de aquellos que son más aptos para los nuevos patrones de acumulación que se generan con la crisis. El fetichismo de la mercancía (Marx, 1987, pp-87-102) no permite vislumbrar la velocidad en que se presentan los hechos, fenómeno que se explica por sí mismo sin la necesidad de abstraer la velocidad que adquiere la rotación del capital. Es decir, los créditos, que se presentan como créditos al Estado y a los particulares para el consumo ya sea productivo e improductivo, no sirven para incrementar la tasa global de la ganancia, y más bien al contrario, actúan disminuyendo aún más dicha tasa, y consumiendo en el presente - que ya es el pasado -, lo que había de consumirse en el futuro. Esté proceso característico de los países capitalistas dependientes hasta la última parte del siglo XX es hoy un problema real en el mismo centro del sistema.

Estamos vislumbrando en el horizonte un gran cambio social. La paradoja está planteada: La conciencia de la necesidad de lograr la libertad del ser humano para elegir el futuro, eliminando el fetichismo de la mercancía dinero o la imposición de la cultura especulativa matemática y sus repercusiones autodestructivas y decadentes. Lucha de clases y relaciones hostiles entre los pueblos y los individuos ajenos unos a otros, crisis cultural, atomización. Es ésta la tendencia destructiva del sistema, el fin de la ley del valor capitalista. El espíritu humano asume ésta visión negativa de la realidad inmediata y contra ello, hace falta una negación de esa negación ideológica del futuro. En mi opinión, se debe rescatar el valor del trabajo como principio social de unidad humana, una nueva forma de materialismo humilde ante los misterios de la realidad dialéctica. La promoción de una nueva sociedad, una humanidad nueva y avance en el espíritu del derecho; nuevas relaciones sociales de producción y civilización. La propuesta es combinar las economías de unidades familiares hispanoamericanas, el comunitarismo étnico y cooperativismo inglés, así como una gran mezcla de conocimientos culturales en condiciones de igualdad.

[i] Lo que permite que el gobierno adquiera la posibilidad de presionar las tasas de interés a la baja para dispersar el capital interno.


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