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  • Adán de Abajo

Unos tamalitos, mi amor


El carrito de tamales se desplazó empujado por añejas y trabajadas manos hasta el extremo del periférico. La anciana los preparaba de mole rojo, verde y piña. Llevaba un frasquito con salsa de chile macho, sumamente picoso para acompañarlos.

-Se los compro todos. Le dijo un hombre un tanto nervioso y apurado.

-¡No mi señor! -Respondió ella, orgullosa. Si se los vendo todos, no voy a tener para mis demás clientes.

-¡Ah qué vieja mamona! ¡Usted es la más ojete de todas!

Y la mujer dejó de mirarlo para atender a otros clientes que aguardaban, sin responderle.

El hombre dió varias vueltas alrededor de su puesto, viendo cómo la gente acababa con los tamales uno a uno, sirviéndoselos con chile casero, crema y queso, para acompañarlos.

Cuando ya no le quedaba uno solo de sus suculentos productos, el individuo regresó hacia la mujer, siguiéndola a la distancia, mientras ella avanzaba lento, empujando el carrito, ya vacío de sus productos.

De pronto, la anciana se dió la vuelta ciento ochenta grados para increparlo:

-¡Muchacho majadero! ¿Porqué me dijiste todas esas cosas tan feas...?

-¡¡¡Perdóneme madrecita!!! ¡¡Soy un hocicón!!

La tamalera se quedó meditando, sin dejar de observar al individuo.

-¡Pobrecito mi hijo...! Nomás quería sus tamales. Tenga uno que me quedó aunque sea:..

Y sacó uno de piña, que se había reservado para cenárselo más tarde, ofreciéndolo al hombre con sus manos temblorosas.

-¡No los quiero para comérmelos! Yo lo que quería, era ayudarla.

Extendió un puño de billetes que metió con discreción en el delantal de la anciana.

-¡Ah, ya me acordé de ti. Me robaste cuando estabas chico todas mis ganancias. Después te metieron un balazo y te mandaron al hospital. Todos dijeron que no habías salido vivo de esa...

Y el hombre se acarició el estómago con nostalgia.

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