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  • Sergio Fong

Los ruinosos estercoleros del ser o los ruiseñores cantan al amanecer


El árbol de la noche trémula deshoja el otoño de nuestros espíritus calcinados en las llecas, suburbios y arrabales de Guanatos.

Sabíamos del dolor que tus ojos le arrancaban al odio de ver tanto cerdo tragando mierda. A estas horas de la vida yo no sé si estás viva o muerta. Cuando desperté ya te habías ido, así nomás y hasta a mí te trae este cuerpo que te recuerda a tientas en un cuarto del hotel El Universo cuando cómplices le robamos los aretes a la luna.

Ahora de qué pueden hablarse estos cuerpos maltrechos ya por tanto chingadazo, tanto madrazo que nos dio el pinche gobierno jijo de puta.

-¡¿Qué dijiste, qué dijiste cabrón!?

Nuestros cuerpos temblaban de miedo, me cae que me cagaba de miedo. Nuestros cuerpos estaban desnudos y nuestras vidas eran de esos hijos de su perra madre.

-¿Dónde te hicieron los tatuajes?

La rosa roja que llevabas en el seno izquierdo era la vida y estos culeros la entristecieron.

Te me quedas mirando y me dices: “Te ves triste”. Y yo escarbo con mi lengua de buril todos tus años, esculpo el paisaje de tus carnes tibias y frágiles como una marea suave que me embriaga, y me da asco mirar en las carnicerías nuestra piel hecha jirones por ese recuerdo ojete de cómo nos desollaron y nos extirparon el dolor de la necar viva.

He aprendido a leer en tu mirada y nuestra conversación es más dolorosa que muda. Tus ojos son lo único vivo en mi memoria. Me sirvo otro trago de vino y me lo bebo con toda la amargura del mundo. “¿Cómo nos engañaron, cómo nos metieron el miedo en nuestros cuerpos, cómo nos mataron el alma, cómo chingados acabaron con nuestras vidas?”. “No lo sé”.

Yo no soy el hombre que te amó, aquellos cuerpos sólo eran el vehículo de nuestros deseos, de nuestra pasión, de nuestra carnalidad, de nuestros delirios.

Yo soy el hombre que te ama, la sangre que te brinca, el que estuvo contigo bocabajo mordiendo el pavimento y apretando el culo mientras el poder judicial se cogía a nuestra generación. Yo soy el hombre que te amó metro a metro en nuestras calles cuando abrimos nuestros pechos y nos arrancamos el corazón para ofrendarlo, y estallamos como un relámpago en la obscuridad de esta ciudad culera.

Porque tú y yo nos amamos a pesar de tu locura y mi locura, en pleno estado de anarquía, aquí tengo todavía el olor de tu sangre coagulada cuando te madriaron los cerdos y yo besé tus heridas. Por aquí traigo el frío de los cañones de sus pistolas, aquí me duelen en las costillas los culatazos y acá por este otro lado de mi conciencia tengo acumulado el rencor, gobierno jijo de puta. Cómo madriaste nu

estros cuerpos pájaros al vuelo, cómo nos chingaste mientras nos amábamos, a cuántos carnales tienes encerrados en tus pocilgas de mierda, a cuántos hermanos has vuelto locos, a cuántos has arrojado fuera de la patria a mendigar por sus vidas, cuánta sangre derramaste mientras estos pájaros maravillosos cogían con todo el amor en las azoteas de los edificios públicos como los gatos, en los baldíos como ratas, en los carros abandonados y en los callejones oscuros. Mientras mis átomos y mi sanguacha estaban ebrios de placer carnal.

Ahora desando mis pasos cansados por las calles de nuestros muertos y aquí te traigo en la coraza y te veo entre las flores que se exhiben en el jardín de San Juan de Dios. Y te recuerdo ebria hasta la madre, bailando cachondísima, susurrándome con tu voz queda en el alma: “Bésame, bésame mucho, como si fuera esta noche la última vez…”.

Publicado en En Veces )primera temporada) 21 de junio de 2011.


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