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  • Eduardo Lemus

La bestia


Como sonámbulo camino, como entre bruma, como entre fango, y este zumbido constante en mi cabeza, que parece hablarme como en dictado inacabable.

Mi cuerpo entumecido despierta, trabaja, duerme.

Dentro, se acumula el rencor, la rabia, la impotencia, el cansancio. . . estoy por reventar.

Para soportar la realidad, a veces, es menester detonar la bomba que la misma a alojado en nosotros, y liberar la rabia acumulada, para destripar al enemigo que nos consume y nos ahoga, que nos impide el total desenvolvimiento como individuos, esa bestia que nos hace insoportable el día a día y nos succiona hasta anularnos por completo en su interior, nos convertirnos en ella misma, en parte integral de su cuerpo, y somos miembros del ente odioso e intolerable, somos nada y todo, somos la impotencia desesperada, somos lo que odiamos.

Y nos revolcamos en ese fango que somos nosotros mismos, buscando con las manos como ciegos, dando golpes al vacío y solo encontramos las falsas salidas, las salidas embusteras, las únicas que quedan a mano, el suicidio, el homicidio, la agresión y el engaño, la evasión onírica y toxica.

Y así pretendemos quitar la lapida de podredumbre que pesa sobre nuestra espalda como maldición congénita adquirida involuntariamente, heredada, cargamos con la mierda de generaciones pasadas y pagamos sus culpas, dejando las nuestras a quienes nos suceden en este corto pero interminable camino en declive, resignados a vivir con el miedo disfrazado de animal feróz. El enemigo es uno mismo.

La rabia, es tanta rabia, agolpándose en la garganta como reflujo amargo, nausea convulsiva, autodestructiva que se contorsiona en fractales de dolor y angustia, buscando el momento y el resquicio oportunos, necesarios para reventar la plasta, argamasa celosa que nos inmoviliza girando en remolino al interior de nuestra propia porquería.

El deber es destruir la bestia.

¿Destruirla?

¿Cómo?

Destruirla sin destruirnos a nosotros mismos,* ¿Cómo?

Pero es menester.

¿Cómo?

¡Si no sabemos que es! ¡De donde viene! ¡Que la generó!

La bestia informe, nos observa con su mirada periférica, omnipotente, omnipresente, masa babosa anuladora, que se alimenta de nuestra fuerza convirtiéndonos en entes estériles piezas de ajedrez o de cualquier otro juego macabro.

Pero la luz a veces llega, y llega reventando por dentro, como alarido en la noche de nuestra existencia, llega sacudiendo nuestro cuerpo como estertor de muerte, como vomito bendito y reivindicador, y se manifiesta en miles de formas-herramientas prodigiosas, sanadoras, liberadoras, y golpeamos con las manos, con los pies, con el cuerpo entero, con el razonamiento, proyectando esa rabia vuelta luz que desvanece por lo menos en instantes, la miseria que nos arropa como orugas ciegas e indefensas, y golpeamos, y golpeamos con pasión infinita, con creación destructora y desarticuladora a la bestia desde sus entrañas mismas, buscando abrir el hueco que nos muestre la Salida.

Pero no hay salida.

Y desfallecemos.

Y volvemos a la muerte lenta de cada día.

Para volver a servir de alimento a la bestia, y fortalecerla con nuestro cansancio, con nuestra impotencia, con nuestro dolor.

*Le robé la frase al Kristos Lezama.

Publicado en En Veces (primera temporada) 26 de enero de 2010.

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