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  • José Luis González

Crisis Sistémica y valor


La crisis económica global actualiza necesariamente el debate sobre las condiciones del desequilibrio sistémico capitalista y las condiciones en que vive la humanidad bajo este régimen. El abuso de las matemáticas en la explicación de los fenómenos económicos sin antes hacer un riguroso análisis de conceptos y categorías es, por así decirlo, el “pecado original” de la teoría económica del siglo XX y XXI. Hoy, se recetan fórmulas, se programa, planea y evalúan positivamente los logros económicos del desastre social y humano. Lejos de los números fríos y la estadística, la economía es el proceso humano fundamental para la reproducción social.

La economía, o mejor dicho, la economía-política capitalista, ha recorrido un largo trecho de más de V siglos y el mundo de los asalariados se impone hoy en toda su extensión sobre un abanico de pueblos y comunidades, todos ellos con sus propias religiones y reglas de moralidad, ética y convivencia social. Toda esa diversidad es superada por las reglas enajenantes con las cuales se dictan los usos y costumbres del capitalismo. La lógica del sistema es inoculada en el pensamiento de las masas por medio de la experiencia concreta de la explotación y la relación asalariado-patrón; las relaciones sociales de producción concebidas ideológicamente como “individuales” y por tanto de repercusiones culturales atomizantes, imponen, además de la explotación material de la fuerza de trabajo del asalariado, una pobreza intelectual de las masas acorde con las necesidades del sistema que igual se refleja en la búsqueda de obtener habilidad y “competencias” como resultado de la educación oficial o la corrupción, la infamia y violencia irracional que arrasa al mundo. Dice un dicho “todos tienen su precio”, otro dice “tanto tienes, tanto vales”, y en el sistema de relaciones sociales capitalistas estos dichos se extienden hasta la división social de trabajo, donde hoy por hoy se le paga más y se considera oficialmente más valioso a un policía corrupto y asesino que un maestro honesto y consecuente.

Este sistema se adueña de todos los rincones del mundo e impone su jerarquía de valores sobre cualesquier otro criterio. El individualismo, contrario a la naturaleza cooperativa de los asalariados, las comunidades y los pueblos, impone una visión “privada”, sesgada y fragmentaria a imagen y reflejo de la naturaleza del capital. Es por ello que es correcto decir que la actual sociedad humana se vive enajenada, pues no vive ni se reproduce para sí, sino para la reproducción del capital.

La gran crisis capitalista que abarca desde la Primera Guerra Mundial, pasando por revoluciones sociales y el desarrollo del militarismo racista expresado en el fascismo y el Nacional Socialismo hasta llegar a la Segunda Guerra Mundial, arrojó como resultado social y respuesta evolutiva a la misma, una reproducción ampliada apoyada en la fuerza del estado reforzada por el capital financiero: Capitalismo de Estado, sistema conocido con diferentes nombres tales como “Estado de Bienestar”, “Economía Mixta” “De Alto Consumo en Masa” o “Keynesianismo”. Por un lado, las potestades del Estado para legalizar e imponer políticas públicas de beneficio privado; por el otro, un endeudamiento público paulatino provocado con el objetivo de financiar una “demanda agregada” que facilitara el consumo de la producción capitalista (Keynes, 1986). Una primero lenta pero cada vez más rápida transferencia de “recursos públicos” para favorecer la acumulación de capital. Su agotamiento como modelo de reproducción capitalista data de los años 60-70 del siglo pasado, cuando la euforia industrial de posguerra llegó a su límite y las fronteras de los países, en específico de Estados Unidos, eran ya insuficientes para su necesario crecimiento económico. En 1971, la Reserva Federal de Estados Unidos decretó arbitrariamente la inconvertibilidad del dólar en oro, agobiado por las demandas Europeas para cambiar sus dólares por el metal precioso que, ciertamente, no existía en el tesoro del imperio. Automáticamente, esta medida proporcionó al petróleo el valor de mercancía hegemónica con la cual estratégicamente se gobernaba el mundo.

El dólar por su parte, excedente dentro de las fronteras de Estados Unidos fue otorgado por medio de créditos a países que como México, aceptaron las condiciones y lineamientos de política económica demandados por acreedores, quienes son representados por los organismos financieros internacionales. El imperialismo mató varios pájaros de un tiro. Por un lado, controló su inflación y literalmente la exportó en forma de créditos que se convirtieron en una explosión de deudas externas crecientes, capitales en su forma dineraria, que inundaron los mercados de los países dependientes y fueron sustituyendo cuantitativamente a la moneda nacional provocando su lenta devaluación ante el fracaso de las expectativas de crecimiento económico. A su vez, esté fenómeno monetario y otras medidas de política económica abiertamente diseñadas para desmantelar al Estado posrevolucionario provocaron la disminución del capital netamente nacional y sustituirlo por capitales extranjeros.

Es decir no solo exportó su inflación, sino que debilitó a las otras monedas nacionales como el peso mexicano y supedita entonces el desarrollo y el proyecto nacional a las necesidades del mercado norteamericano, eliminando a los competidores más débiles y por supuesto al pueblo. Y no sólo eso, el otorgamiento de los créditos en dólares alimentó y alimenta una corrupción que controla y administra de acuerdo a sus intereses políticos y económicos. Dió el poder a una casta de gobernantes cada vez más cínicos y corruptos, ajenos a cualquier concepto de amor al pueblo, o siquiera de humanidad o compasión por sus semejantes; ignorantes de la historia y de cualquier proyecto nacional; más bien promotores de verdugos, torturadores y asesinos a fin de controlar la ira del pueblo.

Bajo este sistema o modelo se fue concentrando y acumulando la riqueza en los grandes capitalistas financieros hasta llegar a nuestros días, donde el Capital Corporativo Financiero tiene el poder para expropiar al Estado moderno y eliminarlo del mercado de las ganancias y reducir su peso en el factor de costos para la libre obtención de sus ganancias. Hoy más que nunca, en los estertores del mal llamado “neoliberalismo”, el Estado pasa de ser considerado un ente para el bienestar público a un ente represivo y de control social.

Es este que vivimos, un periodo histórico marcado por el despojo de los derechos laborales, los derechos sociales y el derecho ancestral de las comunidades a sus medios de subsistencia y a su hábitat. Un sistema que modifica y destruye a la naturaleza con el objetivo de obtener ganancias a corto plazo. Una crisis sistémica permanente reflejada en la violencia y la tendencia a una destrucción mundial. En este proceso, los valores sociales han mutado de la ley valor-trabajo y la “mano invisible”, hacia una ley del valor-destrucción impuesta por un estado terrorista que impone diabólicamente los intereses del capital corporativo.

Por decirlo de alguna manera, la construcción de una teoría del valor es un debate propiamente occidental. ¿Cuándo hablamos de valor nos debemos restringir a su connotación económica o debemos abordarlo en toda su extensión, incluyendo su dimensión como concepto ético y cultural? ¿Cómo calcular el creciente intercambio de productos (valores de uso) entre culturas con desarrollo y fines diferentes? ¿Hablamos solo de valores materiales expresados en dinero? El valor de la dirección empresarial, el valor de la fuerza de trabajo… ¿cómo se calculan? ¿Qué es lo que da valor a los productos? ¿Reflejan los productos los valores de sus productores, es decir, reflejan los productos la idiosincrasia y la cultura de sus productores?¿Se puede concebir así la igualdad entre valor y precio? al imponerse el precio como valor, ¿que sucede con el desarrollo cultural?¿Por qué se imponen los precios del dólar en el mundo al tiempo que con la ”globalización” se hacen homogéneos los criterios acerca de lo bueno y lo malo?¿hacia dónde van los valores llamados “humanos”? Si no se toma en cuenta la diversidad cultural, y si se pretende encerrar en sus marcos toda la riqueza social; el proceso cultural histórico actual, llamado neoliberalismo no es más que un “imperativo categórico” kantiano, sustentado en la razón abstracta, por lo regular ligado al poder concreto. Una tendencia a la homogeneización de los usos y costumbres, de acuerdo a las más puras leyes del mercado capitalista, enfocadas, como todos sabemos, a la obtención de la ganancia como objetivo último de la actividad social, lo más lejano posible de lo que debería ser la actividad verdaderamente humana.

El supuesto burgués de que todos los individuos actúan o deben actuar “racionalmente”, es la imposición del criterio de la cultura occidental capitalista, la cual considera irracional todo aquello que no sea la lógica del capital. Es así como la ideología del orden occidental, basado en la enajenación del trabajo, se exporta y se asimila en la medida en que la realidad cotidiana del capitalismo se sobrepone y domina, subsume las otras culturas. El hecho de que la lógica capitalista se haya impuesto por la fuerza explica, ya de por si, el fenómeno del subdesarrollo; sin embargo, hemos visto como algunas culturas han adecuado dicha lógica a su carácter autoritario y han construido su fortaleza gracias a un híbrido que niega precisamente el carácter avanzado de la cultura occidental -el reconocimiento del valor del trabajo[i]- y que afirma y confirma su aspecto enajenante y autodestructivo.

El desarrollo de la sociedad occidental -con su acceso a las relaciones sociales capitalistas -supone la cultura más avanzada que sintetiza los ideales humanos en la “libertad, fraternidad e igualdad” de la revolución francesa. En el siglo XIX, su avance científico y filosófico, desde la aparición de la economía como ciencia, toma un impulso fuera de los dogmas, después de que el periodo de la ilustración, la revolución industrial y los revolucionarios franceses se encargaron de crear en la conciencia de los hombres un espacio para pensarse iguales en la tierra; sin dioses, sin enviados de los dioses, y no en un mundo futuro y lejano después de la muerte.

Los economistas clásicos tuvieron la impertinencia de considerar al trabajo como el valor más importante y dieron a la humanidad un cuerpo, materia concreta donde hacer realidad el lejano mundo de las ideas; y es por eso que los nuevos economistas trataron y tratan de borrar tan grave afirmación que no hace más que igualar al hombre con los dioses y, en consecuencia, a los hombres entre sí. Sin embargo, el Capital es autocrático. Quizá el autoritarismo occidental sea el más feroz e intransigente precisamente por considerarse la sociedad más avanzada y la obligada a “modernizar” las otras culturas; y podemos decir que el capital se cobra con pobreza la impertinencia de las culturas que pretenden sostenerse más allá de la base económica hegemónica. También es cierto que, occidente destruyó los mitos más reaccionarios, pero su Dios metafísico, único de la edad media, cuando mucho se transformó en lo que Marx llama el “fetichismo de la mercancía” (Marx, 1987.), un Dios simbólico de lo material (hoy por hoy el dólar), al cual ofrecemos el sacrificio de las masas “no modernizables”: rendimos culto al dinero y su ciclo de reproducción, acumulación y negación de la humanidad.

[i] En el caso de las culturas orientales de Japón, Corea o China

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